UN JUEGO REDONDO, de Ángela Prieto

A mí el juego que más me gustaba de aquella época de niña eran las canicas.

Las primeras que recuerdo eran de barro pintadas de colores. Después llegaron las de cristal; eran más bonitas y las coleccionábamos.

Creo recordar que nos costaban una perra de la época, que no era fácil tenerla.

Había otras de acero que a mí me las daba una mujer de Terán que llamaban Cunina. Tenía canicas de varios tamaños y no sé cómo las conseguía, pero estábamos todo el día en su casa y siempre tenía alguna.



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