Rosa y yo fuimos amigas desde pequeñitas.
Rosa se crió sin madre y yo sin padre. Las dos nos lamentábamos de esa falta y siempre andábamos juntas. Cuando éramos niñas jugábamos mucho a las canicas. Siempre ganaba. Y yo insistía más para poder ganarla, pero ella no perdía nunca.
Rosa vivía con su padre. Cuando tenía entre 22 y 24 años su padre murió y se quedó sola. La reclamó un hermano desde Australia. Para aprovechar el precio mejor, se compró unos vestidos de color en las rebajas y me los llevó para que se los pusiera a su medida. Se alegró mucho. Quería llevarlos a Australia, pero aunque estaba de luto, no quería compararlos en negro, y poder usarlos allí.
Cuatro días antes de su marcha, las dos estuvimos coloñeando en el prado La Ribera de mi tía Consuelo, en Sarceda. Las dos solas. Preparábamos los coloños, los amarrábamos, y una lo posaba en alto para cargárselo a la otra.Teníamos que subir todo el prado hasta salir a la carretera. A poca distancia, cogíamos un sendero que subía al Ribero, para llegar hasta el pajar , subir la escalera de pino y llegar al bocarón para meter allí el coloño. Así dimos varios viajes hasta dejar limpio el prado.
La víspera de su marcha vino a mi casa y me dijo que si le ayudaba a hacer la maleta y le dije “¡Claro que sí!” Mientras yo le hacía la maleta, ella miraba como la estaba haciendo. Durante una comida que hemos hecho hace unos pocos años me comentó que le fue imposible hacer la maleta de lo mal que se sentía.
En Australia se echó un novio, que era de Sarceda, y se casó. Tuvieron dos hijos y tiene varios nietos. El marido y otro hombre de Sarceda se dedicaron a hacer vino allí. Aunque se ha quedado viuda, ha seguido viniendo en varias ocasiones. Cada vez lo va teniendo más difícil, pero recuerda mucho su tierra. Siempre que viene me dice lo mismo: “Eres la más amiga que tengo”.
Y además, como ella misma dice en su “Trova del Viaje a Australia”
Por ser Cantabria Infinita
siempre te llevamos dentro
los emigrantes que un día
por el mundo nos marchemos
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