En los años 50 y 60 no tenían distracciones como las hay hoy, así que una noche, los mozos de Terán pensaron en ir a robar una gallina. Uno de la cuadrilla dijo:
—¿A quién se la cogemos?
Alguno contestó.
—¡Vamos a por las de Miguel, el Calabretu.
En la parte inferior de algunas puertas había abierto un redondel para el paso de las gallinas y los gatos que por dentro tenía una trampilla para poder cerrarla por la noche.
Miguel, el Calabretu, que también había pasado por esa edad, oyó ladrar la perro y se supuso lo que estaba pasando. “A esos los espero yo”, se dijo. Se colocó detrás de la puerta, y cuando uno metió la mano para abrir la aldaba, el Calabretu se la agarró desde dentro. Cuando se la soltó, el joven, asustado, soltó un enorme grito y todos salieron corriendo como la pólvora.
Mucho nos hemos reído de esto recordándolo durante años. Porque uno de ellos era mi marido y porque Miguel lo contaba a menudo. Lo había disfrutado porque sabía que eran esas típicas hazañas de juventud y no se lo tomó a mal.
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