Yo recuerdo mis Navidades de niña con añoranza.
La mejor fiesta era la de Nochebuena. La cena era sencilla: una sopa, algo de carne, algún pollo caería para esa noche, y no mucho más.
Las tostadas no podían faltar. Y una tableta de turrón duro y otra de blando, eso era todo.
Lo que sí recuerdo es que después de cenar nos íbamos todos los vecinos a la misa del Gallo, al colegio de las monjas. Andando. Nadie tenía coche en aquella época.
Los hombres iban ya contentillos entre el vino y la copuca de anís que se compraba en El Almacén a granel, así le llamábamos a la tienda del pueblo.
El trayecto era muy alegre. Cantábamos villancicos y la gente iba contenta.
Las mujeres y los críos entrábamos a la misa, y los hombres se quedaban afuera. El cura ya estaba acostumbrado.
Lo que no recuerdo es si las monjas nos daban algo después. Y con la misma ya terminada, de vuelta para Valle. No iríamos muy deprisa porque no la había para volver. Eso sí, íbamos muy contentos.
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