MÍA. PERRITA/GATA PODENCA Y MADRE DE GATOS, de Manuela Augusto


Mia fue nuestro primer bichito. No teníamos pensamiento de tener mascotas en casa porque nuestro estilo de vida no lo permitía. Viajábamos mucho, sobre todo por cuestión de trabajo, y cuando no trabajábamos nos íbamos de aventuras, sin ninguna preocupación o restricción de mascotas o familia, ya que no hemos tenido hijos.

Mia llegó a casa en un 31 de diciembre. Aunque no era tarde ya había oscurecido y llovía a cántaros. Andaba por la carretera cerca de casa, sola, con la cabeza gacha, la nariz le llegaba casi al suelo y las orejas completamente caídas. Cuando pasamos al lado de ella nos miró con tan suma tristeza que se nos cayó el corazón.

Llegamos a casa agotados y tristes después de haber despedido a mi padre, que se había marchado después de unos muy sufridos y dolorosos meses luchando contra el cáncer. Después de sentarnos a tomar un té tranquilos, en lo único que podíamos pensar era en la perrita abandonada, mojada y derrotada. Yo no me podía quitar de la mente sus ojos pardos y tristes, eran iguales a los de mi padre, y de alguna manera sabia que muchas veces las casualidades no lo son: mi padre se fue y Mia apareció... Tenía que venir a casa, sin cuestión alguna. Fuimos a recogerla, la limpiamos, secamos y curamos una de las orejas que la tenía dañada, le hicimos una cama delante de la chimenea y pasamos toda la noche con ella.

Mía era buenísima, pero nunca contestaba cuando se la llamaba. Tardamos muchísimo tiempo en saber que esa herida de la oreja había sido un disparo que la había dejado sorda, así que tuvimos que aprender a comunicarnos de otra manera.

Mía era un espíritu libre y cuando salíamos a pasear corría detrás de los conejos, pero nunca llegaba a cogerlos. A lo único que contestaba era a las palmadas, pero a veces su espíritu libre la llevaba un poco mas lejos y entonces... ¡ni palmadas oía! Así que me tenía paseando hasta que ella se cansaba.

 

En Mayo llegó a casa un regalo. Una gatina de tan solo unas semanas, tan pequeñina que cabía en una mano. Era tan pequeña que aún no sabía comer sola y la tenia que alimentar con cucharilla. Siempre tenía frio y si no estaba acurrucada con nosotros se acurrucaba con Mía, la perrita. A los pocos días me dí cuenta que Minussi, la gatina, había dejado de llorar y pasaba la mayoría del tiempo con la perrita acurrucada en su barriga, me acerqué a verlas y ví que Mía le daba de mamar a la gatina. ¿Cómo era eso posible? ¡No entendía! Pero la naturaleza es sabia y mi dulce perrita le daba de mamar a mi preciosa gatina, calmándola, limpiándola y jugando con ella. Su comportamiento se volvió gatuno!

Mia se convirtió en su mamá y compañera de juegos, la protegía de otros perros y no dejaba que se le acercara nadie!

A lo largo de los años adoptamos otros gatinos y Mía siempre los acogía y los cuidaba como si fueran sus propios cachorros, pero Minussi era siempre su preferida...¡era su bebé!

El día que Mía murió, Minussi no se alejó de ella, y días después aún seguía acostándose en su cama.

A nosotros, Mía nos cambió la vida, nos llenó de amor, nos condicionó, nos ancló, nos hizo apreciar más nuestro entorno y ¡dejamos de viajar tanto! ¡Nos convirtió en una gran familia!


¡Gracias Mía, estaremos eternamente agradecidos!


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