Esta historia me la contaba mi madre muchas veces, que, al parecer, había sucedido muchos años atrás.
Mandaron a un crío de Santotis a por las vacas, a la Sierra, que es un monte algo más bajo que Peña Sagra que pertenece a los pueblos de Rozadío y Cosío, al ayuntamiento de Pentenansa. Teníamos un invernal lindando a la Sierra.
En Santotis y en Sarceda, cuando nuestras vacas iban a esa zona, venían los de Cosío a prendarnoslas porque era un terreno que nos era difícil andar. Además, cuando entraba la niebla, espesa y negra, no se veía nada, y hasta los campanos costaba escucharlos hasta que no estábamos cerca de ellos.
Y eso pasó. El crío entró en la niebla y no regresaba. La noche llegó y la familia empezó a preocuparse por la tardanza. Su padre andaba desesperado porque antes de salir le había dicho:
—¡No se te ocurra volver hasta que no las encuentres a todas!
El padre solo quería que no se volviera a los cuatro pasos como había hecho otras veces, pero ahora le pesaba habérselo dicho así.
Salió todo el mundo a buscarle y le encontraron al tercer día en una pequeña cueva, sentado, con unas florecillas en la mano, completamente aterecido.
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