Gatos, perros, hurones, cerdos vietnamitas paseando con su dueños por la calle... Y yo pensaba : “están locos”. Yo pensaba que el hábitat de estos animales era la naturaleza, no un piso. Pero también pensaba que cuando los tenían debía ser porque les aportarían algo beneficioso a su venta.
Yo solo tuve un canario. Entró por la ventana y le vi tan indefenso que le compré una jaula y vivió con nosotros unos años, hasta que un día lo encontramos muerto.
Este era el único contacto que yo había tenido con los animales excepto cuando, de vez en cuando, me iba de picnic al zoo para ver, entre otros, a Copito de Nieve o a los delfines que hacían acrobacias en el agua.
En el pueblo, mi familia siempre tuvo perros y gatos, pero yo los veía poco y eran otros los que se ocupaban de ellos, así que para mi pasaban desapercibidos.
Pero un día cambio todo eso para mí. Un día, durante la pandemia, me llamó mi hermano y me dijo que no podía ir a sacar a su perro porque los guardas le habían dicho que no era motivo suficiente para desplazarse y le habían puesto una multa. Me pidió que le hiciera el favor de sacarlo yo a pasear. Yo lo acepté, pero le advertí que no respondía de lo que pasara porque el perro apenas me conocía y temía que no obedeciera o se pudiera escapar.
Aquellos días hice lo que puede. Le sacaba, le atendía. Y poco a poco se fue encariñando conmigo. Y yo con él.
Luni ha sido todo un descubrimiento para mí. Una forma natural, amable y sencilla de conectar con lo profundo, con lo más primario.
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