UN GATO MUY FAMILIAR
Cuando me casé vine a vivir a Terán. Mi suegra tenía un gato que la seguía allí donde fuese: si iba a casa de la hija el gato iba detrás, si iba al huerto detrás iba el gato.
Poco a poco fue conociéndome a mi y también empezó a acompañarme. Después de que yo preparase la comida solía salir al sol a coser o a sentarme junto al gallinero hasta que llegaba mi marido a comer. Entonces el gato iba y se sentaba algo lejos, sin acercarse a mí. Mi suegra tenía una gallina sola en aquel momento y andaba suelta por la calle. Al verme allí sentada la gallina venía y se quedaba más cerca de mi que el gato. Entonces el gato se levantaba y se ponía más cerca qu ella gallina, con lo que la gallina se ponía al lado mío.
Sucedió en varias ocasione, así que le conté lo que pasaba a mi suegra porque yo no había visto cosa igual. Los días que salía al sol mi suegra lo observaba, sorprendida, y luego se lo contaba a su hijo y a su hija.
Cuando mi suegra murió, se hizo el velatorio en casa. El féretro estaba sobre dos banquetas y bajo él, el gato pasó todo el día. Algunas mujeres comentaron que el gato no se moviera de ahí, pero yo pienso que el gato la tenía cariño de todo el tiempo que vivieron solos en casa, y quiso acompañarla hasta el final.
CUCA
Cuando yo era joven, mi hermano Santiago vino a casa con una perrita. Le puso de nombre Cuca. Una noche, cuando aún era una cachorrita, tuve que volver al invernal porque iba a parir una novilla, así que cogí un farol y a la perrita y allí nos fuimos. A ratos la llevé en brazos, era pequeña todavía, pero me sentía acompañada en esa zona por donde transitaban lobos por la noche. Esa noche nació el jato. A la mañana siguiente, después de enveredar las vacas, cogí al jato y a la madre y los bajé a casa para cuidarlos, porque era mayo y en aquel invernal ya no había para alimentar a la madre. Casi todo el camino de bajada tuve que bajar al jato en el brazo, porque llevarlos en la espalda es perjudicial para ellos. Me costó mucho llegar a casa.
La Cuca se fue haciendo mayor. La enseñamos a enveredar a las vacas. Era obediente. Si le ponías o le enseñabas comida y le decías “no”, lo respetaba y no lo comía, y si veía llorar a alguien se ponía a lamerle la cara. Una mañana me fui al dentista y no me vio. Cuando me echó de menos se fue al invernal. Como no me encontró allí volvió a casa, subió a la habitación, echó la ropa de la cama para atrás y se tumbó en la alfombra hasta que regresé yo por la tarde.
Cuando me casé y volvía al pueblo, Cuca se volvía loca de contenta. No paraba hasta que lograba tirarse y lamerme la cara. Con mis hijos hacía lo mismo.
Los perros dan mucho más cariño que lo que ellos reciben.
SCOT
Manolín era un niño cuando se encariñó de un cachorrito que se llamaba Scot porque era igual que el que salía en el anuncio de Scottex en la tele. Manolín, en algunos momentos, se iba a la cuadra con el perro y se tumbaba allí con él. Me decía:
—Somos amigos y quiero estar con él
Y yo le decía que eso no podía ser. El perro fue creciendo, se hizo grande. Un día que estaba yo ordeñando con la puerta de la cuadra abierta, entró una paloma que nada más posarse... ¡zas! El perro se fue a ella y a la primera la dejó muerta.
La cogí y se la llevé a Pedro y le expliqué lo que había pasado. Y el me contestó:
—No te preocupes... La culpa fue de la paloma, que no se hubiese metido en la cuadra. Ella se lo buscó.
En el verano, mis hijos solían ir al río y se llevaban al perro. Pero cuando los veía en el agua se tiraba a buscarlos y les arañaba la espalda intentando empujarlos y sacarlos del agua. Entonces acordaron llevar una cuerda para amarrarle cuando iban, y se volvía loco ladrando. Al final terminaron encerrándole en casa para poder ir al río tranquilos.
Yo siempre le tenía amarrado en el portal, pero cuando los chicos venían del colegio lo soltaban. Un día que iba con ellos acertó a ver unas gallinas y corrió tras ellas, pero no le dejaron continuar. Pero el perro ya sabía donde estaban y un día que andaba suelto mató una. Al otro día una más. Vinieron a decirme que si no quitaba el perro iban a romperme las narices, así que llamé al veterinario para que viniera a ponerle la inyección. Como a sus hermanos no quisieron estar, a Manolín le tocó sujetarle. Se sintió mal. Estuvo mal mucho tiempo. Desde ese día no quiere tocar ningún perro, porque dice que no quiere encariñarse con ninguno.
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